viernes

Las calles de París siempre huelen a tormenta. A una humedad detenida en el tiempo, algo amarga y obsesiva, como fue nuestra relación.
Inclinada en la ventana del hotel, me dediqué a vislumbrar la silueta de varias parejas delineada por las luces moribundas del sol de febrero y me conformé con observar desde allí lo que se posara, fuese mundo realidad o mundo memoria.
En tu voz vibraba no sé qué soterrada resignación. Me preguntas otra vez si quiero acompañarte y vuelvo a decir que no. La displicencia burbujeante en tu mirada se acrecienta con cada bocanada que exhalas. Abandonas la habitación y caminas algunas calles sin mirar tu alrededor. Piensas en nosotros y las agujas del reloj que no giran cuando nos encontramos... ya no corre el tiempo y te sientes preso.
Pasas nuevamente por ese café. Miras la mujer solitaria que a las 3:30 de ese lunes, como hace ya tantos lunes, al igual que tú, quiso pasar y sentarse. Encapsulas sensaciones, aromas y miradas. Y paradójicamente ahora, no quieres que ese tiempo se acabe, no quieres regresar y verme, no quieres regresar, besar mi frente y fingir que todo está bien, después de que tu piel se enturbió con otra que no fue la mía.
Apareces nuevamente sosteniendo tu fría sonrisa, y hablas del periódico que no traes. Con adoctrinada habilidad preparas la cena y la comes junto a mi, sobre la cama que no ocupamos más que para dormir. Te despides, como cada noche, y me preguntas otra vez qué haré mañana, y en este recuerdo es el final el único que jamás cambia; un poco cansada te vuelvo a decir:
__Salir, voy a salir. Me he enamorado y al parecer él también de mi.

2 comentarios:

amudiel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

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